Tomo un trago de Coca-Cola Light, pido permiso y me levanto de la mesa. No quiero estar ahí, viéndolos comer, y no porque tema tentarme, sino porque he llegado al punto de sentir asco cuando veo a los demás comiendo y llenando sus cuerpos de grasa, engordando gramo tras gramo por esa comida llena de calorías.
Once kilos menos no me hacen más flaca, pero sí menos gorda. Sé que no quiero estancarme en 57 kilos, sé que mi objetivo está bastante lejos, pero no será imposible si sigo haciendo las cosas como lo he hecho hasta ahora.
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